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Una cumbre bañada por la historia.

A los pies del Cerro Escribano (1.454 m.) se alza la imponente mole pétrea conocida como La Mocha, vertiginosa pared, cuyos verticales y grisáceos muros, han sido a lo largo del tiempo testigos mudos del devenir histórico de la localidad de La Iruela.

El origen de su nombre, bien pudiera ser por varios motivos. Según la RAE, nos define la palabra mocha como: “Dicho especialmente de un animal cornudo, de un árbol o de una torre: que carece de punta o de la debida terminación”. Con lo que en base a esta definición, encontramos algunas de estas características en dicho lugar. Por un lado, la forma cónica de las elevadas paredes de su cara norte, que contempladas desde la lejanía, adquieren el aspecto de un cuerno truncado. Y por otro, quizás la que más se aproxime a esta asignación, es la conservación de una serie de restos de muros y cimientos pertenecientes a una construcción militar de época bajomedieval (siglos XIV y XV).

Los restos arqueológicos de esta construcción son escasos, pudiéndose definir en la misma cumbre (1.157 m.) la planta de una torre de aspecto rectangular de lados desiguales. Traza debida a la necesidad de adaptación de lo irregular del terreno en el que se asienta dicha construcción. Las longitudes de sus muros oscilan entre los 10,70 metros de la cara Sureste, correspondiente a la fachada principal y en la que se aprecia una carencia de hiladas de mampuesto cercana a la esquina izquierda (posible vano de carácter descentrado que permitía el acceso al interior de la torre).

Con los 14,50 metros de la cara norte y los 5,40 metros de la noroeste (siendo éste el muro más irregular), que se levantan ambos como cierre y barrera al abismo que le sucede. Para por último y arrancando parte de él sobre un afloramiento calcáreo, el muro oeste, que con 11 metros de longitud se aprecia en la parte interna rebajados a base de cincel que dan amplitud al espacio interior. El grosor de los muros ronda el metro de anchura.

Ladera abajo encontramos otra serie de muros atribuidos a un sistema defensivo, que a modo de lienzos conformarían una muralla, cuya función era la de cerrar y proteger a modo de cinturón el acceso a la parte superior del cerro donde se situaba la torre. De entre los restos conservados destaca un muro orientado al noreste que conserva una altura de 2,40 metros por una longitud de 6 metros.

En cuanto a técnica y material, se emplea de forma general la mampostería irregular, es decir, piedra natural colocada sin elaboración previa, aunque también intercala algunos mampuestos trabajados en su cara vista, dando lugar a los denominados careados, utilizando el ripio para su calzado. Sus esquinas son levantadas a base de piezas talladas en sus cuatro caras, es decir, a través de sillares. La roca empleada es la local, principalmente calizas y travertinos, quedando todas ellas adheridas a base de un mortero de cal y arena. Esta metodología de trabajo es la misma que se aplica en la construcción de las torres cercanas como la torre del Homenaje del Castillo de La Iruela o la Atalaya de La Quebrada.

El papel fundamental para el que fueron erigidas no fue otro que el de la vigilancia, la comunicación y la defensa del territorio circundante, convertido en época de reconquista en un inestable lugar de frontera, ya que hay que recordar que en 1231 la actual localidad de La Iruela es conquistada y arrebatada a los musulmanes por el arzobispo de Toledo, don Rodrigo Ximénez de Rada, pasando a partir de este momento a formar parte del denominado Adelantamien

to de Cazorla, señorío construido por el arzobispo y vinculado al arzobispado de Toledo. Es por ello de vital importancia el refuerzo y mejora de las fortalezas existentes, construidas anteriormente por musulmanes y utilizadas en esos momentos por los cristianos, e incluso levantando otras de nueva planta, garantizando así la seguridad a la nueva población asentada en las tierras conquistadas.

Con la conquista de Granada en 1492 y la entrada al denominado mundo moderno, al igual que pasaría con tantas otras, la fortificación de La Mocha se quedaría en desuso, con lo que el abandono y el paulatino deterioro producido por los agentes atmosférico y antrópicos (hay que pensar que parte de sus elementos se pudieron reutilizar como material de acarreo para nuevas construcciones) le llevaron a ir perdiendo altura, quedando poco a poco “desmochada” hasta su práctica desaparición.

Unas futuras labores de prospección y excavación arqueológica del sitio proporcionarían una valiosa información que sin duda nos ayudaría a completar el complejo puzle de secuencias históricas acaecidas en tan emblemático lugar de la bella localidad de La Iruela.

Autor: Fco. Moisés Gómez Bayona